Coordenadas

México: un país que no cabe en una sola foto

El crecimiento de 0.6 por ciento del PIB anual, confirmado ayer por el INEGI, esconde tras de sí diferencias profundas.

México nunca ha sido una economía uniforme. Es, más bien, un mosaico de realidades, un conjunto de contrastes que conviven y compiten todos los días.

Lo digo porque el crecimiento de 0.6 por ciento del PIB anual, confirmado ayer por el INEGI, esconde tras de sí diferencias profundas.

Es el mismo país que fabrica autos de última generación en Coahuila y, al mismo tiempo, intenta —con enormes retos— impulsar trenes turísticos en plena selva maya.


El mismo que exporta electrónicos desde Jalisco mientras conecta polos energéticos desde Dos Bocas. Ese mosaico económico es hoy más visible que nunca.

Y al observar cada una de sus piezas, no solo emerge la complejidad geográfica, sino también la urgencia de construir una visión que logre integrar sus distintas velocidades.

Durante la última década, el norte del país y la región del Bajío se han consolidado como auténticos motores del crecimiento.

Industrias como la automotriz, aeroespacial, electrónica y de autopartes han florecido, convirtiéndose en pilares de una economía exportadora y altamente competitiva.

Estados como Nuevo León, Coahuila, Guanajuato y Querétaro no solo han atraído inversiones multimillonarias, sino que han desarrollado ecosistemas industriales robustos, apoyados en infraestructura, talento calificado y cercanía estratégica con Estados Unidos.

En 2024, más del 70 por ciento de la inversión extranjera directa manufacturera se concentró en estas zonas. Empresas globales instalaron nuevas plantas de semiconductores, centros logísticos y líneas de ensamblaje, aprovechando el libre acceso arancelario del T-MEC y la estabilidad macroeconómica del país.

Tan solo en el primer trimestre de 2025, se reportaron 21 mil 400 millones de dólares de IED, un récord histórico, según informó ayer el secretario de Economía, Marcelo Ebrard.

Este dinamismo ha generado efectos virtuosos: mayor formalización laboral, salarios por encima del promedio nacional y un tejido empresarial cada vez más sofisticado. En muchos sentidos, el norte y el Bajío representan la cara moderna, exportadora y global de México.

Pero sería un error suponer que todo el dinamismo se concentra en estas regiones.

El sureste mexicano, históricamente rezagado, vivió en los últimos años una transformación sin precedentes, gracias al impulso del gobierno federal.

Proyectos como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el corredor transístmico y el nuevo aeropuerto de Tulum canalizaron miles de millones de pesos en inversión pública, infraestructura y empleo.

Estados como Campeche, Tabasco y Quintana Roo experimentaron una recuperación visible, impulsada directamente desde el Estado.

Aunque estos proyectos han sido objeto de debate —por su costo o impacto ambiental—, es innegable que reactivaron economías locales y redujeron temporalmente las brechas regionales.

El problema es que ese gran flujo de recursos ya no es el mismo.

Algunas obras, como el Tren Maya, siguen recibiendo inversión, pero en escalas muy inferiores a las de sus fases más activas.

Y hoy, casi todos los estados del sureste muestran claros signos de desaceleración.

A este mosaico interno se suma un factor externo que podría cambiar las reglas del juego: Donald Trump y su agenda arancelaria.

Aunque México podría recibir un trato menos severo que otras naciones, el costo no será menor.

Las manufacturas del norte y el Bajío, integradas profundamente en cadenas globales, verían comprometida su competitividad si se pierde el acceso libre de aranceles.

Los riesgos son reales. Pero hay un amortiguador.

A pesar de la desaceleración global y del menor dinamismo en el empleo formal, el mercado interno ha mostrado una resiliencia notable.

El crecimiento real de los salarios, las remesas en niveles récord y un crédito al consumo aún robusto han sostenido la demanda nacional, particularmente en sectores como comercio, servicios y vivienda.

En ese sentido, el mercado doméstico ha sido una especie de salvavidas económico, absorbiendo parte de los impactos externos y permitiendo que algunas regiones sigan a flote.

Lo que es evidente es que México no se puede reducir a una sola cifra de PIB.

Detrás del crecimiento promedio hay regiones que despegan, otras que apenas avanzan y algunas que retroceden.

Hay una economía de exportación sólida en el norte, una economía estatal en el sur que depende de la inversión pública, y una economía interna que, con todo y dificultades, sigue latiendo con fuerza propia.

El verdadero reto no es igualar todas las piezas, sino construir políticas que articulen las fortalezas de cada región, que cierren las brechas y eviten que el éxito de unos signifique el olvido de otros.

México es muchas cosas a la vez.

Y solo si se entienden todas, se podrá imaginar un futuro más justo, más competitivo y más cohesionado.

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