Coordenadas

Los aranceles de Trump y la trampa de la confianza

La mezcla de comercio y seguridad se ha convertido en una constante del estilo Trump: usar la política arancelaria como una herramienta de presión multifacética.

Hoy debía ser una fecha decisiva en la política comercial internacional. Ya no lo es.

El pasado 9 de abril, el presidente Donald Trump impuso una pausa de 90 días a la entrada en vigor de sus llamados “aranceles recíprocos”, tras haber anunciado su intención de imponer tarifas a prácticamente todo el mundo como respuesta a lo que considera prácticas comerciales injustas contra Estados Unidos.

Esa tregua concluye hoy, pero el mandatario decidió extenderla hasta el 1 de agosto. Con ello, da a entender que se trata de la “última oportunidad” para que otros países ajusten sus condiciones comerciales con EU bajo sus propios términos.


México ha quedado, hasta ahora, fuera del alcance directo de esos nuevos aranceles. Las exportaciones que cumplen con las reglas del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) siguen exentas de tarifas. Aquellas que no lo están enfrentan un arancel punitivo del 25%, una medida que el propio gobierno estadounidense ha vinculado con temas como el combate al fentanilo y la migración.

Esta mezcla de comercio y seguridad se ha convertido en una constante del estilo Trump: usar la política arancelaria como una herramienta de presión multifacética.

Frente a este panorama, muchos empresarios mexicanos han optado por una lectura optimista.

Confían en que el marco actual se mantendrá, incluso después del 1 de agosto. Esta percepción tiene raíces firmes: la profunda integración económica entre ambos países.

México es un eslabón indispensable en las cadenas de suministro de Estados Unidos, sobre todo en sectores como el automotriz, electrónico y aeroespacial. Múltiples componentes cruzan la frontera en ambas direcciones antes de convertirse en productos terminados.

Modificar esa dinámica implicaría para EU asumir mayores costos de producción, una pérdida significativa de eficiencia y, en última instancia, un impacto directo sobre sus consumidores. Desde esta óptica, no resulta lógico que Washington arriesgue ese delicado equilibrio. De ahí el convencimiento empresarial de que los bienes amparados por el TMEC seguirán libres de nuevas cargas.

Sin embargo, esta apuesta racional encierra riesgos latentes. El más evidente: la absoluta imprevisibilidad de Donald Trump.

Para el presidente estadounidense, los aranceles no son simples herramientas técnicas, sino armas políticas. Las usa con la intención de forzar renegociaciones en diversos ámbitos, generar presión diplomática o castigar a quienes considera desleales.

Nadie ha quedado fuera de su mira: ni China, su principal competidor geopolítico, ni aliados tradicionales como Japón, Corea del Sur o la Unión Europea.

Aún ayer, Trump amenazó con imponer un arancel del 50% al cobre y otro del 200% a ciertos productos farmacéuticos. Estos anuncios no siempre se concretan, pero sí sacuden los mercados e introducen un factor de volatilidad constante.

Aunque el TMEC brinda una cobertura institucional robusta, no puede garantizar inmunidad absoluta ante los giros abruptos de una administración que ha hecho de la unilateralidad una práctica recurrente.

La historia reciente nos recuerda que incluso los tratados firmados y ratificados pueden verse presionados por intereses políticos coyunturales.

Por ello, el empresariado mexicano no debe confiarse. Es necesario adoptar estrategias flexibles y anticipatorias. Diversificar exportaciones cuando sea posible, revisar cadenas de suministro y explorar nuevos mercados son pasos necesarios para reducir la exposición a una posible tormenta comercial.

Además, no hay que perder de vista que, aun si se mantiene el esquema actual más allá del 1 de agosto, se aproxima una revisión formal del TMEC.

Este mecanismo pactado desde la firma del tratado implica una reevaluación de sus términos cada seis años, lo que traerá nuevamente incertidumbre y renegociaciones. Es decir, el marco comercial que hoy se da por sentado volverá a estar en discusión muy pronto.

La lección es clara: en esta etapa de la relación bilateral, la única constante es la incertidumbre. Las aguas del comercio entre México y Estados Unidos pueden parecer tranquilas un día y convertirse en una tormenta al siguiente.

En este entorno, la verdadera inteligencia empresarial radica en anticipar cambios, mantenerse alerta y no dar nada por garantizado.

Trump ha demostrado que su visión del comercio es dinámica, confrontativa y centrada en el interés inmediato. Pensar que el TMEC es una garantía inquebrantable puede ser un error costoso. Por eso, prepararse para lo inesperado no es solo prudente: es vital.

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