Plaza Viva

“Baby, la vida es un ciclo” y la identidad latina en el Super Bowl

La NFL confirmó a Bad Bunny como estelar del Apple Music Halftime Show, lo que desató reacciones por su idioma, por su activismo y hasta por su ciudadanía, olvidando que nacer en Puerto Rico confiere la ciudadanía estadounidense.

La confirmación de Bad Bunny como artista del medio tiempo del Super Bowl LX —que se celebrará el 8 de febrero de 2026— retomó esta idea que sostiene que el debate sobre la identidad, especialmente en Estados Unidos, es también un debate político.

Las críticas a este anuncio por parte de sectores conservadores no fueron al ritmo, temáticas o mezclas del reguetón, sino a lo que representa darle a un artista puertorriqueño, que canta en español la titularidad sobre el evento televisivo más visto del planeta. Un artista que dice sin decirlo que la América de hoy ya suena distinta.

La NFL confirmó a Bad Bunny como estelar del Apple Music Halftime Show, lo que desató reacciones por su idioma, por su activismo y hasta por su ciudadanía, olvidando —o fingiendo olvidar— que nacer en Puerto Rico confiere la ciudadanía estadounidense. El punto no es un tecnicismo legal, sino el intento de trazar fronteras culturales dentro de un país que en 2025 declaró al inglés como idioma oficial a nivel federal, pese a que el español se habla allí desde siglos antes de la anexión de los territorios hispanohablantes.


El Super Bowl es algo más que un espectáculo deportivo: es una plaza pública global. En 2025 reunió a 127.7 millones de espectadores, un récord histórico. Quien sube a ese escenario no solo entretiene; define, por unos minutos, lo que se entiende como “nacional”. Que ese espacio lo ocupe un artista latino, y además lo haga en español, es un acto profundamente político: un reconocimiento a una comunidad que ya existe, que crece y que exige ser vista.

Los datos acompañan el simbolismo. En 2024, la población latina en Estados Unidos alcanzó 68 millones de personas (el 20% del total), con una mediana de edad de 31.2 años y un poder de consumo estimado en 2.4 billones de dólares. Ignorar a una de cada cinco personas no es solo un error moral: es un error económico.

La objeción al “show en español” es, en el fondo, menos musical que identitaria. El idioma, en tiempos de polarización, se convierte en marcador de pertenencia y, a veces, en arma política. Esta reacción ya tiene antecedentes. En 2020, cuando JLo y Shakira encabezaron el show, una parte del público los acusó de “sexualizar” la cultura latina, mientras otra lo celebró como una afirmación de orgullo y diversidad. En 2016, Beyoncé enfrentó un alud de críticas por incluir símbolos del movimiento Black Lives Matter durante su presentación. Cada una de esas polémicas, en realidad, cuestiona lo mismo: ¿quién tiene derecho a representar a un país? ¿Y qué lenguas, qué cuerpos, qué movimientos políticos e historias pueden ocupar el centro del escenario?

Desde la política pública, las lecciones son claras. La representación cultural no es un accesorio: acompaña y muchas veces antecede la representación institucional. Estados Unidos tiene 68 millones de hispanos, una presencia creciente en cargos públicos y un peso demográfico que ya transforma su economía y su política. Que el mayor espectáculo televisivo del país incluya español no fractura su identidad: la visibiliza.

Y al mismo tiempo, los boicots simbólicos desde las élites —y sus ecos mediáticos— no son inocentes. Estigmatizan comunidades enteras y legitiman políticas regresivas, como las que buscan imponer el inglés como idioma exclusivo, más como mensaje político que como necesidad real. La economía, en cambio, ya respondió: plataformas bilingües, publicidad en español y nuevos públicos confirman que la diversidad no es concesión, es motor.

Desde América Latina, esto también nos interpela. Nuestra diáspora ya no vive “afuera”: vive conectada. El protagonismo de Bad Bunny en el escenario más visto del mundo no habla solo de Puerto Rico, habla también de Guadalajara, Medellín, Tegucigalpa o Los Ángeles. Cuando parte del establishment se incomoda al escuchar español, no es por la gramática: es por el poder simbólico que representa. Porque los símbolos crean realidades, y cuando cambian, cambian las formas de ejercer ciudadanía.

Me gustaría agregar que esta columna no aboga por descifrar si la elección de un espectáculo de medio tiempo es “buena o mala” alrededor de los atributos musicales. Creo que nadie está obligado a que le guste Bad Bunny y que el gusto no se legisla. Pero sí debemos rechazar la idea de convertir el gusto en frontera política. Si mañana el medio tiempo fuese en mandarín, en guaraní o en náhuatl, la pregunta no sería por el idioma, sino por lo que dice sobre quiénes somos y quiénes queremos ser.

La Oficina del Censo de Estados Unidos predice que para 2060, casi tres de cada diez habitantes de Estados Unidos serán de origen latino. Ese futuro ya toca la puerta. Negarlo desde la cultura solo conduce a políticas que niegan derechos en la vida cotidiana: en presupuestos, en educación, en salud. La cultura es el corazón de la política.

Por eso, más allá de los ritmos o del escenario, el medio tiempo de 2026 importa. Porque cuando el mundo entero escucha a un puertorriqueño cantar en español frente a millones, no solo celebra un show: celebra que por fin la diversidad suena en el centro del campo.

COLUMNAS ANTERIORES

De Tijuana a NY; de Cancún a LA, la salud como un derecho sin fronteras
Todos tenemos buenos genes

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.