El gobierno de la Ciudad de México no ha informado qué fue lo que ocurrió el viernes, cuando medio centenar de locales fueron vandalizados o destruidos en las colonias Roma y Condesa.
En la capital del país, un grupo de personas puede atacar la propiedad privada sin ser molestados por la policía y, más de 72 horas después, nada más a un gringo iluso le parecería raro que la policía y la Jefatura de Gobierno no den un parte de investigación y/o detenidos.
No sabemos, entonces, lo que ocurrió el viernes en cuanto a la destrucción de restaurantes y tiendas en zonas hoy saturadas de turismo. Lo que ya sabemos es cómo la jefa de Gobierno y la presidenta enmarcan esos hechos, y ello aporta algunas pistas.
La jefa de Gobierno, Clara Brugada, publicó en la red social X un mensaje (a las 10:49 pm de ese día), y es muy claro su enfoque: destaca en sus primeros cuatro párrafos su desacuerdo con la gentrificación.
“La Ciudad de México no está de acuerdo con la gentrificación. Rechazamos este fenómeno que excluye a la población de sus barrios, colonias y comunidades…”, dice en su arranque.
Es hasta el quinto párrafo que la jefa de Gobierno aborda el tema de la violencia.
“Pero de ninguna manera avalamos la violencia para enfrentar este problema. Rechazamos la violencia como método para resolver conflictos. Esta ciudad es de derechos y libertades. Respetamos las manifestaciones y expresiones sociales ante cualquier situación, pero no la agresión. Hacemos un llamado a las y los jóvenes a debatir, proponer y actuar frente a la gentrificación y también frente a la violencia que pueda surgir en algunas manifestaciones…”.
¿Alguna palabra de castigos a quienes lejos de manifestarse incurrieron en delitos como robo y daño a propiedad privada? Ni una. ¿Qué decir de que la jefa de Gobierno “llama” a los jóvenes a actuar “frente a la violencia que pueda surgir en algunas manifestaciones”? Por el bien de todas y todos, ojalá que los jóvenes no le hagan caso.
Muy distinto fue el orden de las cosas para Claudia Sheinbaum. En la mañanera de ayer, la presidenta primero rechazó la xenofobia, la discriminación y la violencia, y luego habló de la gentrificación.
“Primero hay que decir que todas y todos los mexicanos tenemos que tener muy presente el no a la discriminación. No a la discriminación, no al racismo, no al clasismo, no a la xenofobia, no al machismo, no a la discriminación…
“Las muestras xenofóbicas de esa manifestación hay que condenarlas. No puede ser que, por una demanda, por más legítima que sea, que es la gentrificación, la demanda sea: “¡fuera!” cualquier nacionalidad…
“Lo segundo es el tema de la gentrificación, que es en realidad un tema de especulación inmobiliaria…”.
A la presidenta le preocupan las consecuencias de la discriminación, tanto en lo local (turismo y consumo), como en lo foráneo (nuevos pretextos para que Estados Unidos le haga la vida pesada).
A la jefa de Gobierno le preocupa tener una causa, aunque no sea la de los capitalinos.
Quien proponga discutir la gentrificación está manipulando. Si encima ésa/ése forma parte del grupo que ha detentado el poder durante sexenios, menos creíble será. Y, si en el colmo, hoy está obligado a gobernar, a decidir cosas complejas, no caigan en la trampa.
Brugada y Alejandro Encinas, ni más ni menos que exjefe de gobierno capitalino y hoy secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda, fueron diputados constituyentes en 2016; es decir, hace al menos una década que tienen injerencia sobre lo que es, o no, la CDMX en vivienda.
La gentrificación existe, qué duda cabe. Mas no surgió por generación espontánea ni solamente por el impulso del maldito capital.
¿Quién da permisos de cambio de uso de suelo de esta ciudad? El Congreso, ese que por trienios ha estado en manos de mayoría morenista. ¿Quién se hace de la vista gorda de los certificados chocolate de reconocimiento por actividad? El Ejecutivo local.
¿Y a quién toca la verificación y sanción de abusos y corrupción, de la explosión de hoteles y restaurantes con papeles chuecos, de que falten servicios en las colonias o pavimento en las calles? Al gobierno del que, desde el año 2000, se hicieron los obradoristas.
Lo de la gentrificación es un ardid. Una lucha ficticia de quien renuncia a su obligación de gobernar (como el viernes la policía, que antes detiene a un elotero que a un ladrón), un montaje para decirle a la población precarizada que ven por ellos cuando no es así.
Crear una dinámica de supuesta lucha por la vivienda digna cuando por un lado les urge que siga habiendo oferta de hospedaje (porque viene el Mundial y porque el comercio y la gastronomía dan impulso al empleo), pero, por el otro, necesitan ser vistos como combatientes.
Si tan sólo se dedicaran a gobernar, quizá más pronto que tarde la gente tendría agua, banquetas y calles transitables, servicio eficaz de recolección de basura, transporte público digno y, desde luego, vivienda cerca de su trabajo. Prefieren condenar la gentrificación.