La feria

CDMX: caos de éxito mundial

Clara Brugada tiene la atribución y el deber de contener y ordenar la gentrificación. Podría empezar dotando de mejores servicios lo que ya existe, para poder cobrar más predial.

En la calle de Marsella, colonia Juárez, hay unos baches, para no decirles zanjas, que de tanto tiempo que llevan ya amerita ponerles nombre. Tipo hacer un concurso y bautizarlos. Total, si forman parte del paisaje, se lo merecen. Son baches, ellos no lo saben, gentrificados.

La no discusión (porque al gobierno de la ciudad no le interesa un debate sino hacerle al tío Lolo en su dizque lucha social) sobre colonias gentrificadas tendría que tomar en cuenta que la popularidad de enclaves como la Juárez no se traduce en mejoras.

Sobran las veces que me pregunto cómo es que las y los extranjeros quieren visitar zonas que, sin exageración, están llenas de desechos caninos y humanos. Perdón si están desayunando, pero ésa es la realidad de Roma, Condesa, Juárez y anexas. Del olor, ni hablar.


Si las visitan pronto, o si viven ahí, noten la cantidad de pipas de agua que hay, la pésima calidad del asfalto, ¿y las banquetas?, o el demencial –palabra exacta– ruido prácticamente a toda hora, y, desde luego, la voracidad de comerciantes: formales e informales.

El resultado es, paradojas del capitalismo en una ciudad gobernada desde hace casi tres décadas por los que se dicen de izquierda, un éxito mundial. Hipsters planetarios quieren apretujarse entre baratijas, garnachas y sillas de comedores de cientos de dólares por sentada.

Hago un deslinde: así como cuando en pleno embotellamiento uno como automovilista ha de recordar que el tráfico es uno, así mismo digo: mea culpa, yo gentrificador. Vine a esta céntrica zona hace seis años; eso sí, desde el gentrificado Polanco. Aclaración hecha.

Una semana después de los impunes desmanes de un grupo de personas violentas en Roma y Condesa, va quedando claro que Morena, desde la presidenta de la República hasta la presidenta de ese partido, quieren distraer con el petate de la gentrificación.

Es una doble moral que linda en el cinismo: llevan desde 1997 pegados como lapas al erario de la CDMX y ahora dicen que la voracidad inmobiliaria que expulsa a vecinos de colonias y barrios de moda es culpa de la oposición. Échenle más ganitas a su maroma.

Cuentan que Clara Brugada tiene un método para negociar con entes económicos. Que cuando le piden algo, responde algo así como: okey, pero hagan esto en un parque público, o mejoren aquella unidad deportiva popular, o patrocinen un espectáculo gratuito...

Si eso es cierto, debería ver que es muy poco. Asumirse como LA jefa de gobierno de una urbe cosmopolita con muchísimos retos urbanos.

La corrupción antes de 2024 permitió un desorden y una voracidad inmobiliaria que, como se publicó en un reportaje años atrás en la revista Nexos, destruyó más patrimonio que en el terremoto de 1985. Eso no fue en tiempos de Clara, pero podría aprovecharlo.

Brugada tiene la atribución y el deber de contener y ordenar la gentrificación. Podría empezar dotando de mejores servicios lo que ya existe, para poder cobrar más predial y más tarifas a quienes más explotan los centros de atracción turística. Pero en ese orden.

No pedir favorcitos: imponer condiciones.

De lo contrario, Clara Brugada debería darse de santos de que la enorme cantidad de visitantes, foráneos y nacionales, que diario atraen esos exitosos y originales locales, no reparan en que México está de moda a pesar del infernal caos urbano.

Ahora que si lo que quiere Clara es pura verborrea antigringa o anticapitalista, con que ya no deje salir a los violentos sobra para que su gobierno imponga una narrativa que, como lampedusianamente, nada modificará de la gentrificada realidad.

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