La feria

El Quinazo

A La Quina y su grupo les llegaron a achacar más de una docena de muertes en circunstancias sospechosas. El día de su detención falleció por bala un agente del ministerio público.

Al amanecer del 10 de enero de 1989, soldados del Ejército Mexicano provenientes de la capital salían del aeropuerto de Tampico, Tamaulipas, rumbo a la calle San Luis, fraccionamiento Unidad Nacional, en Ciudad Madero.

Iniciaba así uno de los golpes políticos más trascendentes de la historia reciente.

La tropa, junto con elementos de la judicial federal y agentes del ministerio público, se dirigía a la casa de Joaquín Hernández Galicia, mandamás del Sindicato Revolucionario de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. El verdadero hombre fuerte de Pemex.


Cuarenta días antes, y entre críticas por una sucia elección, Carlos Salinas de Gortari había asumido la Presidencia. La izquierda, que padecería cientos en ese periodo, regateaba el reconocimiento al joven mandatario, surgido de una familia priista y factor del giro aperturista en la orientación del régimen, cosa que temían los petroleros.

Hernández Galicia, La Quina, fue secretario general del gremio de Pemex 25 años atrás (1961-1964), periodo tras el cual se convirtió en el “líder moral” del SRTPRM, desde donde amasó una fortuna que, según versiones, llegó a registrar depósitos en Estados Unidos por tres mil 200 millones de dólares*.

Las cifras, faraónicas, no desentonan con las que se achacan a algunos de sus colaboradores. De Salvador Chava Barragán Camacho, secretario general del sindicato en enero de 1989, se dijo que en una sola visita a Las Vegas dilapidó 300 mil dólares.

Los soldados entraron a la casa de La Quina alrededor de las ocho de la mañana. La crónica del allanamiento incluye la discusión sobre si se dio un bazucazo a la propiedad o si “simplemente” se detonó una granada en un predio aledaño. Balazos sí que hubo.

Hernández Galicia estaba en eso que la vieja escuela llama paños menores, una desnudez que contrasta con el arsenal que, según el parte de ese día, encontraron los soldados: 200 ametralladoras Uzi, 25 mil cartuchos 9 milímetros, y otras 19 armas de alto poder…

En la operación, con cateos en otras partes del país, fueron detenidos decenas; algunos aparecerían junto a La Quina en la fotografía icónica de la redada: el líder, sus secuaces y el arsenal (que algunos acusan fue sembrado). La caída del intocable.

No todos estaban en esa imagen. Tras recibir un pitazo, Barragán Camacho escapó antes de que llegaran por él a Satélite, suburbio de la capital.

En su huida, Chava echó a su auto blindado relojes, dólares, plumas de oro, pesos, cheques de viajero y joyas valuadas en tres mil millones de pesos de entonces. Intentó refugiarse en el edificio de la CTM, de donde salió rumbo al hospital, escala por motivos cardiacos que sólo retrasó unos días su encarcelamiento.

A La Quina y su grupo les llegaron a achacar más de una docena de muertes en circunstancias sospechosas. El día de su detención falleció por bala un agente del ministerio público. El líder fue acusado de homicidio calificado, y acopio e introducción de armas y explosivos.

“Cae imperio criminal, económico y político”, tituló al día siguiente el oficialista diario El Nacional.

Todo el país contuvo la respiración. Hubo intentos de resistencia entre las huestes de Pemex, pero la autoridad presidencial rápidamente se terminó imponiendo, para temor de la izquierda, que veía riesgos de abusos autoritarios.

Lorenzo Meyer, citado por The Dallas Morning News, dijo sobre la caída de La Quina: “Se puede decir que Salinas de Gortari asumió hoy (10 de enero) la Presidencia”. Rodolfo Guzmán, en El Financiero, destacó que con el golpe se logró “un grado de cohesión sólo equiparable al que conquistó el general Lázaro Cárdenas con la expropiación petrolera”.

*Citas y datos tomados de: La Quina, el lado oscuro del poder, de Salvador Corro y José Reveles. Planeta, 1992

Me tomo unos días de descanso. Con su venia, nos leemos el 28 de julio.

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