La feria

2º año de Sheinbaum: la amenaza de la corrupción

La segunda presidencia obradorista está obligada no a superar los coyunturales casos de corrupción, sino a establecer el parámetro de lo que será tolerado y lo que no será pasable en esa materia en el sexenio.

La presidenta Claudia Sheinbaum inicia su segundo año con dos escándalos de corrupción. Uno muy ruidoso y el otro de momento callado, pero aún más grave: el primero envuelve al senador Adán Augusto López; el segundo, a la Marina y el huachicol fiscal.

Después de un primer año telúrico –secó órganos autónomos y reguladores, ejecutó la reforma judicial y prepara la electoral; además de lidiar con Donald Trump y lanzar un combate al crimen organizado–, la presidenta arriba al segundo ciclo con alta aprobación.

Sin embargo, la segunda presidencia obradorista está obligada no a superar los coyunturales casos de corrupción, sino a establecer el parámetro de lo que será tolerado y lo que no será pasable en esa materia en el sexenio. So riesgo de comprometer el éxito del mismo.


Morena tiene una relación muy particular con la corrupción. El partido de López Obrador no se entiende sin etapas en las que eso que llaman movimiento se benefició de donativos de toda clase, montos que pasaron por debajo del radar de autoridades.

Desde “apoyos” tipo videoescándalos de 2004 hasta diezmos de burócratas para fondear actividades del partido, el obradorismo cierra los ojos frente a dineros que, por decirlo así, se utilizan para la causa. ¿Recuerdan a AMLO normalizando los sobres a su hermano? Eso.

Corrupción de esa índole habría que buscarla en campañas adelantadas de morenistas (y de otras militancias) como en Chihuahua. El gobierno, con Andrés Manuel o con Claudia, suele obviar esos millonarios fondos proselitistas.

Qué más demostración que la elección judicial, y no sólo por los acordeones. Los topes de esos comicios fueron tan marcianos que pasó lo único lógico: ganaron quienes al final ni modo que vayan a ser auditados, si son los que quería el régimen.

La otra corrupción a Morena se le atora un poco más (sin sarcasmo). Por un lado, ésa que compromete el “no somos iguales” con viajes, hoteles de “sólo” 7,500 pesos la noche con desayuno incluido, fiestas, prendas lujosas y, desde luego, súbitas casas en, digamos, Tepoztlán.

Este verano, el del gran destape de frivolidad, llevó a Morena a abrir una válvula para lidiar con la contradicción entre la promesa de una conducta austera –propia de la honrada medianía– como prototipo de gente que no se corrompía, y sus inocultables fotos aspiracionales.

Intentaron la justificación de que mientras lo que se gasten sea “su dinero”, y no el erario, los militantes morenistas están libres de sospecha. Como no podría ser de otra forma, el argumento no dura ni para el arranque y muy pronto resulta contraproducente.

La tormenta mediática que azota a Adán Augusto López Hernández es por “su dinero”, sí, por montos que la opinión pública no encuentra lógicos, y por tanto se prestan a la suspicacia, en un político que ha tenido desde 2018 altas responsabilidades en el gobierno.

Si se abandona el canon austero, quién se sorprendería de que hipotéticos sobrinos de un secretario de Estado, o imaginarios amigos de los hijos de quien ocupa la Presidencia, monten esquemas de saqueo de la riqueza nacional para hacer “su dinero”.

La presidenta de la República tiene en la corrupción una amenaza a su sexenio. No por el caso de la Marina y el huachicol fiscal o por el esquema de corrupción, además de crimen organizado, que habría operado Hernán Bermúdez, nombrado por Adán Augusto, en Tabasco.

Es que esos graves escándalos son aviso de lo que puede suceder sin mecanismos para combatir la corrupción, tanto la de las campañas, la de los frívolos despilfarros o la de los esquemas incrustados en lo alto de la administración: se multiplicarán hasta engullir al propio gobierno.

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